La Pared


   Todos los lugares en los que podría haber caído le daban lo mismo. Flores, Caballito, Villa Pueyrredon, el que fuera le daba lo mismo. Si no conocía nada ni a nadie en ningún barrio de la Capital Federal. Recién en Lanús tenía un tío, que más era el hermano de su mamá que su tío. Le terminó tocando Avellaneda, un barrio medio al sur, medio en el medio, al lado de Flores, de Floresta, Villa Luro, el mapa tampoco le decía mucho. Sólo lo miraba haciendo de cuenta que lo miraba. Se perdía siguiendo las líneas rojas con nombres de personas que ni sabía quiénes habrían sido.
   Se bajó del micro en la estación de Retiro, se tomó el 5 hasta Rivadavia al 7800 no pensando en nada, casi en automático. Llegó donde se cruzaban Azul y Remedios, dobló a la derecha y casi llegando a la esquina introdujo la llave en una cerradura, tomó aire y en la exhalación dio las dos vueltas de una, abrió la puerta y subió el primer escalón del PH compartido del que le tocó la parte de arriba. "Como con las cuchetas" y se rió porque nunca le había tocado la cama de arriba. Así que subió con una sonrisa hasta el comedor y se sentó en la mesa.
   Pasó una semana y nada resultaba tan grave. Evitaba pasar por los lugares muy céntricos y todo estaba bien. Había una sola cosa que le molestaba bastante y era que en su barrio no había mucho verde, una plazoleta chiquita no más. Lindas casas, linda gente, pero ni un pastito para sentarse. Caminaba por todas las manzanas, se volvía a encontrar con los mismos lugares. Sólo retrocedía cuando se chocaba con las calles que delimitaban al barrio. Caminaba y no encontraba dónde sentarse a estar un rato. Mientras pensaba se cruzó con una pared muy grande que se le apareció en San Pedro y Lacarra.
   No era tan alta, pero a lo largo seguía y seguía. La empezó a rodear, la siguió rodeando y cuando terminó le pareció inmensa más que muy grande. La quiso trepar, encontrarle algún agujero, pero no se podía ver qué había del otro lado. Miró las casas de en frente a ver si algún edificio veía por encima de la pared, aunque fuera un segundo piso y ver un poquito, un pedacito. No, la verdad es que esa parte del barrio tenía más pinta de abandonada que el barrio abandonado del que él venía.
   Y pegó la vuelta de la intriga nada más. Por fin tenía una razón para prestarle atención al librito que tenía todas las calles de Buenos Aires. Lo abrió y le cerró todo: Parque Avellaneda se llamaba el barrio en su Guía "T" del año 2010. Parque Avellaneda, y en el lugar de la muralla había un parque.
Y le tocó por primera vez el timbre a su compañero de abajo, que lo vio el día que llegó y después nunca más. Le abrió y en pantuflas le contestó que él siempre había vivido ahí y que no sabía nada, y como nervioso le cerró la puerta en la cara. No pudo más de la ansiedad. ¿Qué carajo había en ese lugar? Parecía un complot para hacerle una joda, porque las otras cosas que se le ocurrían, tenían menos sentido todavía.
   Pero había un parque ahí, un parque re grande y había solcito por primera vez desde que llegó. Se llenó la cabeza con que se moría de ganas de ir al parque.
   Así que volvió y se volvió a fijar en las casas de en frente pensando en tocarle el timbre a alguien, pero la verdad que no parecía que viviera nadie ahí. Se quiso trepar y no pudo, dio la vuelta y arrastrando un container lo apoyó contra la pared. Se subió, con los brazos hizo fuerza y cuando llegó a lo más alto no pudo mirar porque se cayó de boca al suelo del otro lado de la pared. Se quedó ahí quieto, analizando el dolor que le recorría toda la cara en simultáneo. Temía que, si se incorporaba, le doliera más todavía. Pero de a poco levantó el torso extendiendo los brazos y cuando se animó a levantar la cabeza se olvidó de qué le dolía. Vio los árboles, vio más allá de su nariz un extenso parque que era todo lo que él quería que ese parque fuera. Tenía unos árboles muy altos, caminos con piedritas naranjas para correr,  un colegio y hasta las vías de un tren.
   Y para rematar la tarde, el árbol sobre el que se podía reposar: el ombú. Uno grande y cómodo.
Se recostó y se sintió el más vivo, pensando en los porteños que tenían ese hermoso lugar encerrado.
Pensó pavadas por un rato, pensó en los porteños de nuevo, en sus casas, en sus autos, en sus parques encerrados y se quedó dormido.
   De un sobresalto se despertó y ya era la nochecita. Una sensación oscura le dio la partida del sol en su ausencia. Así que empezó a caminar para ir volviendo. Iba por el camino naranja mirando las piedritas y preguntándose si tendrían algún nombre. Pateaba las que tenía delante del pie y las veía perderse en el conjunto de piedritas más adelante. Le recordaron al mar, pero quieto. Un mar que sólo lo podía mover él. Un mar que estaba quieto siempre si no fuera por él que hacía las olas. "Como Dios", pensó. Ni bien se le fue la sonrisa de ese pensamiento, sintió por primera vez su terrible soledad. En la ciudad gigante del país. Solo en su departamento, en su habitación, solo en ese parque que no se terminaba más. Empezó a andar más rápido porque de noche se hacía rápido y no conocía la noche de la ciudad. Mirada al frente siguió el camino pensando qué tan grande puede ser el parque como para que el camino no lo lleve ni cerca de la pared. Así que lo soltó y empezó a correr por el pasto. Primero lento, después a toda velocidad, y hasta cansado, jadeando, no se cruzó con ninguna pared.
   Árboles en todos los horizontes, las vías del tren que, sin conseguir nada, siguió tratando de encontrar la estación, o cualquier cosa. Cualquier cosa que no fuera siempre la misma, que le diera indicio de que iba a llegar a algún lugar.
En un momento más de desesperación que de esperanza se rindió al mirar hacia el cielo y ver los árboles muy altos que era imposible que no hubiera visto cuando estaba del otro lado de la pared.






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