pequeña porción de un pensamiento

    Estar con Felipe es como estar conmigo, conmigo pero bien. Conmigo pero cuando estoy bien. Felipe, en algún aspecto, es lo mejor de mi. Antes era distinto la verdad. Había una energía contenida en él que no lo dejaba dormir a la noche, una inquietud que surgía desde adentro, como habitando su cuerpo. Algo que explotaba y se recomponía, explotaba y se recomponía. Una y dos y tres y mil veces todos los días. Hasta que se asentó y formó un horizonte al que hay que llegar. Pero para eso no saben todo lo que tuvo que pasar. Fueron años y años. Es una vida al fin y al cabo. Que va sucediendo todos los días, tropezando con la rutina y con los mambos de la gente. Una vida que un día se paró y pensó que no podía esperar más. Corriendo para todos lados todo el tiempo, y al mismo tiempo sintiéndose tan estática.
    Así fue como todo empezó. Obviamente que cada momento de transición en la vida son muchos días, son muchos meses, son muchos años. Pero hay un día, hay un momento, hay un segundo que es especial. Es ese que después te acordás para toda la eternidad.
    Una mañana Felipe se fue a trabajar y es, al día de hoy, que recuerda cada ingrediente que hizo a ese día. Y lo primordial de eso fue el cambio de perspectiva. Que de repente empezó a entender, que había mucho más para ver. Que todo eso que en sus adentros se retorcía era curiosidad. Así que se bajó del bondi y empezó a caminar.  Y mientras andaba se puso a pensar que estaba todo el tiempo distraído, todo el tiempo entretenido. Que corría de acá para allá, para llegar en horario a lugares en los que no quería estar, para encontrarse con gente que no quería encontrar. Y se tuvo que sentar, porque de la angustia no daba más. En la puerta de una casa en el pasaje Fraternidad, al 1200 Felipe se puso a llorar, se agarró la cabeza y empezó a gritar. Así, como de la nada. Como si algo desde adentro lo hiciera pujar: parto emocional.
   Sólo después de un par de minutos pudo volver en sí, pudo despertar. Y en aquél momento, mientras se incorporaba y miraba hacia donde ya no se veía más nada, sintió que vivía la calle en todos sus tiempos, la vio en su historia y continuidad. La vio hoy y muchos años atrás. Vio la gente pasar, habitar, moverse y detenerse. Y ahí fue cuando entendió, ese cuento de Borges que alguna vez leyó: El Aleph. Y ese fue el momento, porque fue un segundo nada más. Más bien, resulta imposible de medir. Porque fue en ese momento que Felipe fue eterno, que se fue del tiempo. Entendió que hay otra cosa, algo más. Que no se puede medir ni dimensionar. Que es tan grande que lo es todo. Que no podría jamás explicarse ni a sí mismo, pero lo entendía igual, le pertenecía igual. Porque era él, porque era todo.


Comentarios