el porqué de los muros

y la ciudad se cansó, se cansó de verlos llorar, y de que no les alcanzara nada, de verlos hundidos en esa inagotable necesidad.
Ahogados, enojados y crispados, las paredes de la habitación son las que lloran ahora, revientan y se recomponen casi en un compás invisible. Ellos no persiven, no las persiven. Lloran los muros, humedecidos por los años, agotados y desquebrajados. Y ellos, esos infelices ni siquiera se preguntan el porqué del mundo, el porqué de los muros.
Qué fácil ha de ser llevarlos al infierno y no recibir reclamo alguno. Qué fácil exprimirlos, qué fácil hacerles creer lo irreversible de las cosas tangibles. Están tan atados a ellas, tan inconscientemente que en un momento los miré tan fijo... y no lo notaron. No notan mi presencia. Y yo estoy acá, en los muros y en la ciudad que los ve morir al salir de los muros que los obligan a dormitar. Qué fácil hacerlos sufrir, qué largo verlos morir ...

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